El Contexto
La exposición 4 Premios Nacionales: Balmes – Barrios – Bru – Núñez permite apreciar cruces y fuertes vinculaciones en la vida de los cuatro artistas. Su trayecto de vida es paralelo y transcurre en un diálogo potente lleno de conexiones, que los potencia. Su aporte a las artes chilenas del siglo XX y a la restructuración de la enseñanza en la Reforma de 1968 ha sido fundamental. Ellos pertenecen a la generación de los 50 y vivieron la antigua democracia.
Todos estudiaron en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, pertenecieron al Grupo de Estudiantes Plásticos (GEP) y fueron alumnos del pintor Pablo Burchard. El impulso casi espiritual de la impronta burchardiana cerca de la naturaleza y las cosas cotidianas, y el trabajo matérico a través del cual construye sus obras es recogido pocos años después por sus alumnos. En su pintura, Burchard usa los pigmentos para formar la mancha que deviene en forma y texturas, en tema. Él es el maestro, a partir del cual construyen su propia identidad artística
Otro nexo entre los artistas es su carácter de inmigrantes por razones políticas. Balmes sufrió dos exilios: al salir de España con motivo de la Guerra Civil en 1939, y al partir de Chile en 1974 después del Golpe de Estado, acompañado de su esposa Gracia Barrios y su hija Conchita. Guillermo Núñez padeció los terribles apremios físicos de la dictadura y el posterior exilio en 1975. Roser Bru -quien ya había sufrido exilio de niña con sus padres durante la dictadura de Primo de Rivera en España- vivió la dictadura de Pinochet en actividad de resistencia desde dentro del país.
Fueron importantes activistas en el planteamiento de nuevas posiciones estéticas que abrieron el camino al modernismo, y son considerados fundadores del arte contemporáneo chileno. Sus inquietudes no solo abarcaron el campo de la plástica, sus propuestas estéticas transformadoras fueron acompañadas de un compromiso intenso con la contingencia política, con los momentos históricos potentes en la región latinoamericana y en el mundo.
A finales de los 50 miraron hacia el Informalismo español –un movimiento que abarca todas las tendencias abstractas y gestuales y del que Tàpies es el primer representante- y siguieron los pasos del informalismo matérico. Propugnando la ruptura con el postimpresionismo y la pintura de caballete e incorporando la materia y el collage a través del informalismo. Absorben el contexto político y social, inscribiendo su obra en la denuncia y en una crítica ácida y realista de la condición humana y sus expresiones de violencia, guerra, injusticia. A menudo protagonistas de una toma de posición y respuesta inmediata a los hechos, de la obra urgente, representan su compromiso con la contingencia social a través de la incorporación de texturas y elementos diversos, aplicados a mano o con brocha. Roser Bru trabajó la figuración humana, centrándose en la realidad cotidiana y la social y política contemporánea. Así como grandes temas en torno a la mujer, citas históricas, y la Memoria.
La exposición: Sala Roser Bru
El recorrido de la muestra de Roser Bru atraviesa distintas etapas en su obra desde los años 60 a finales de los 80. Una pintura figurativa y temática en la que sus obsesiones raparecen tratándolas desde reflexiones diferentes. A finales de los 50, Roser Bru ingresó al Taller 99 –creado por Nemesio Antúnez- e intensificó su trabajo con el grabado, de los que se presentan 3 obras. Para este período se incide particularmente en las primeras pinturas a inicios de los 60, muy desconocidas, 14 obras matéricas, en las que adhiere al soporte una pasta gruesa sobre la que realiza incisiones deslizando el dibujo, las realiza como si trabajara un grabado. Clara influencia del trabajo de Tàpies, si bien él aplicaba a la vez textura y color, y Roser lo hace en modo sucesivo. Figuras humanas, de mujer, de voluminosos cuerpos voluptuosos y mirada ausente. Época que se nutre del cotidiano, de la vida familiar. De sus obsesiones: mesas vestidas, camas, la maternidad, la vida que hilvana en la descendencia y la muerte siempre aleteante.
Para dar paso en los 70 al gesto en una incorporación del informalismo, amplio, de dibujo conciso pero sutil. La pareja. Las frutas -que utiliza como metáfora para experimentar pictóricamente en torno al concepto del cuerpo femenino-: su triángulo de fertilidad, las heridas internas. Su pintura es experimentación y también reflexión. Rescata recuerdos de la memoria de sus orígenes y, producto de sus primeros viajes a España desde que llegara en 1939 en el Winnipeg, juega irónicamente con la situación del país, estancado y empobrecido, que se abre como fruta madura a la invasión del turismo. A inicios de los años 70 con el triunfo de la Unidad Popular y la ilusión de un Chile mejor, se percibe compromiso en su pintura, que se hace eco de programas de desarrollo social y de lo femenino. Como la obra “Usted también puede ser bella y amada”, 1972. A partir del año 1973 y hasta finales de la década de los 80 su pintura refleja el dolor, la realidad social y política, la tragedia de los desaparecidos, de los torturados y quemados. La herida permanente. Vuelven sus recuerdos de la guerra civil española, que mimetiza y funde en el dolor del golpe de estado en Chile.
Sufre y narra. Denuncia. Resiste. Las mujeres plenas dan paso a cuerpos difuminados, “desmaterializados”
–la expresión es de Adriana Valdés–. Los ojos cobran importancia figurativa, miran desde el interior del cuadro, acusadores, entristecidos -Retrato de una desaparecida, 1986-. Algunos retratos dejan de ser anónimos con la incorporación de fotos identificatorias en collage y otros portan incluso su número de detenido. Abundan en el período los retratos funerarios –Retrato funerario, 1980-, de fuerte presencia y mensaje, que nos retrotraen a los retratos de Fayum que fijaban la apariencia e identidad de los muertos en Egipto. Las citas a un tiempo pasado de persecución republicana o nazi -Anna Frank, (1978), Muerte de un soldado de la República (1975) o Imágen Grabada (1979, Che Guevara muerto)- un trabajo con la memoria y la realidad actual que les otorga vigencia y las valida.
A finales de los 80, Bru retoma sus temas en torno a la mujer, finos trabajos de dibujo delicado en colores pastel y los frutos y su metáfora en torno a la fertilidad femenina, las citas derivadas de su amor por la literatura y la poesía –que se recoge aquí en Un triángulo y la Mistral, 1993. La notable tela La dama de Elche, 1986, –alusión histórica a la escultura ibera del s. IV a.c.-., nos lleva al centro de su cultura mediterránea.
El itinerario se cierra con la llegada de los años 90 y la democracia. Con nuevas series temáticas en torno a sus eternas obsesiones. Vuelven las camas y también la muerte que aletea poéticamente sobre cuerpos que duermen.
Conmemoramos a Roser Bru con la presentación inédita desde su desaparición en 1973, de 3 textiles en técnica patchwork que formaron parte de su obra mural para el edificio de la UNTACD III en 1972. El hallazgo, la restauración gracias a un mecenas y presentación de este trabajo aquí, representa una recuperación histórica. El cuarto textil, que permanece desaparecido, se hace presente en su forzosa ausencia de la exhibición, a través de un espacio blanco.
Inés Ortega-Márquez
Curadora